El “último” Husserl (75º aniversario):

Hablar de Husserl es sinónimo de hablar de fenomenología, y no solo por su vinculación germinal, que es axiomática, sino también por su desconcertante arranque expositivo; por su intermitente o incompleto muestreo que sólo con el tiempo va completándose y adquiriendo cuerpo; por sus laberínticos tentáculos que desvelan una brillantez opaca; por sus potencialidades brutas que con dedicación y perseverancia están siendo expuestas y aplicadas. Fenomenología y Husserl comparten origen, instauración y desarrollo, sufrieron sendas dificultades para hallar su espacio social y académico y es, con el trabajo de sus sucesores, que están viendo crecer su alcance, su aceptación y su reconocimiento.

Circundados por semejantes contrasentidos y aparcelamientos, hablar de Husserl, como de fenomenología, no resulta en absoluto tarea sencilla. Más cuando el motivo autoimpuesto nos preceptúa a hablar del “último” Husserl, que inherentemente comprende la presunción de uno o varios anteriores.

Aunque resulte sumamente útil –expositivo– fragmentar la obra en etapas, no por ello debemos entender que existieron, en cuanto contenidos o saberes, distintos Husserl. Husserl es uno, y su trabajo ha seguido una línea firme y unívoca a pesar de las circunstancias cambiantes, y únicamente puede ser comprendido bajo esta unicidad holística. Bien es cierto que, en cada una de las supuestas etapas, hallamos afinidades en su desarrollo que permiten la parcelación relativa, temas concretos que socavan mayormente la atención del autor, eso sí, aunque que faciliten la profundidad del conocimiento, siempre sin perder el propósito de su trayectoria.

Hecha la advertencia, no vemos motivo para demorar más el arrimo a las postrimerías del autor moravo, a la llamada última etapa, emplazados en Friburgo, donde el autor se trasladó para hacerse cargo de la cátedra de Filosofía, y quedó hasta su muerte el año 1938 –hace 75 años–, un periodo dominado por la supremacía de su última gran obra: La Crisis de las Ciencias Europeas y la Fenomenología trascendental[1].

Es inevitable comenzar situando al lector frente a un Husserl de pathos trágico y taciturno. Más allá de la languidez causada por el ocaso del sueño de Gotinga al ver disipar su grupo de seguidores por la incomprensión que causó el concepto de «reducción», Husserl se vio fuertemente castigado por la conmoción de la Gran Guerra la cual, más allá de la gravedad que intrínsecamente generó, le arrebató un hijo, y, como a muchos de sus coetáneos, los sueños y las esperanzas en el proyecto europeo, cercenado de manera traumática por un suceso a todas luces atroz e injustificable racionalmente.

La Gran Guerra generó una profunda crisis en el seno del ansiado sueño europeo, de la misma cultura europea. Esa Razón que fue adalid de tantas pretensiones de modernización y progreso, tan volcada en el desarrollo tecnológico, en vez de empujar al hombre hacia su crecimiento parecía no traer mejores resultados que la deshumanización feroz del mismo, culminando ésta en una guerra, mundial, y en una serie de consecuencias de no menor cuita como la consolidación de los fascismos y una brutal crisis económica y social. La razón, esa gran promesa, culminaba feneciendo en la misma irracionalidad de la que pretendía desasirse.

Con tal equipaje llegó Husserl a Friburgo, embriagado de incertidumbre, abrumado por los hechos y arrojado a reflexionar sobre el derrumbamiento de la razón, del sueño europeo. Su atención, dentro del proyecto fenomenológico, viró inevitablemente hacia el problema del mundo, del mundo en el que se desarrolla nuestra vida ordinaria, ahora en crisis a causa de una racionalidad quebrada y en medio de un proyecto mutilado. Husserl se volcó en analizar los problemas inmediatos de la vida humana y fijó su empeño en abordar el carácter histórico de ese sujeto trascendental que parecía haber perdido el sentido de su ser.

Inevitablemente ello le llevó a replantear los fundamentos mismos de la fenomenología que aparentemente partían de la idea contraria: desligar el sujeto de la historia. «La Gran Guerra descubre a Husserl que la Historia es el gran problema» (San Martín 1994, 41) con lo que la primera tarea quedaba servida: indagar las raíces éticas de la crisis y hallar el sentido ético de la noción de Europa. Llegaron, así, los estudios sobre la subjetividad trascendental y su propuesta de un ser humano marcado por una teleología de cariz racional.[2]

La ética no era un tema nuevo en el pensador moravo, ya había sido abordado en las Lecciones de ética de 1911, en sus artículos de Kaizo de 1922/1923 y en su Introducción a la Filosofía donde la ética se consolidaba como tema. Era un concepto ligado a una conciencia teleológica que empujaba al hombre a la pesquisa de un «ideal de vida ética», un ideal que actuase como regulador universal de todo fin. La ética, teleológicamente concebida, retenía en su seno la dimensión histórica, la de un hombre en proceso de renovación a través de sus hábitos, de sus usos, la de un yo histórico y cultural. Argumentos desarrollados en su Ética universal de 1931 y en los manuscritos de 1934[3] donde teleología y ética radicalizaron su relación postulando como fin de todo hombre una vida de satisfacción duradera, mediada por la razón. Todo ello culminaría, en 1936, con La Crisis de las Ciencias Europeas, obra clave y sistemática que sintetizaba el conjunto de los citados conflictos de este último periodo y donde aparecía, por fin, desarrollada la nueva problemática: el Lebenswelt o mundo de la vida.

Husserl comenzó la aproximación al Lebenswelt analizando la relación que se observa entre éste y el mundo científico o de la razón europea. Para el autor dicha relación era de oposición y problemática, oposición entre el mundo ordinario y el mundo tecnificado o domesticado que derivaba en otra más profunda, la que conforman los productos teóricos frente los productos prácticos. De tal modo, el mundo que habitamos es un mundo al que solo llegamos a entender desde lo que nos dice de él la ciencia, nuestra Weltanschauung, esto es, un mundo del que solo contemplamos hechos. Por ello inferimos que para la ciencia el sentido de la vida no entra en consideración, pues ésta no atiende a valores, solo a hechos. Simplemente desestima el sentido de la vida, sentido que, por ello, se va perdiendo en tanto en cuanto el mundo ordinario se ve tecnificado, colonizado por la ciencia que nos conduce al olvido del Lebenswelt. Generamos y adquirimos así no solo una visión del mundo sino también del hombre, una visión sesgada desde los hechos, demasiado lejana a toda captación de sentido, y, por tanto, demasiado cercana al abismo, a la crisis.

Esta crisis, que en principio entendíamos de alcance epistemológico, que afectaba al método de las ciencias europeas, acabará siendo, pues, una crisis mucho más profunda y de cariz antropológico, que afectará directamente al proyecto mismo de hombre europeo, del que el psicologismo será uno de sus mayores y más agudos síntomas.

En Europa, la ciencia se adueñaba del mundo de la vida convirtiéndose en la Visión del mundo, del mundo europeo, del mismo mundo que abanderó la racionalidad como principio fundante, que nos convirtió en herederos de la Grecia Clásica y que hizo de la cultura europea una cultura filosófica y por ello –según Husserl– telos de la humanidad. Por ende, Husserl temía que el mismo proceso de olvido del Lebenswelt que afectaba a Europa lo iría haciendo también con todos los otros pueblos de la tierra, a la humanidad en su conjunto, pues la racionalidad era la meta de toda la humanidad. Por ello apremiaba la pregunta por la racionalidad, por la de Europa y por la de los otros pueblos, para comprobar si en otras culturas no era posible un uso de la racionalidad que no llevase al olvido del Lebenswelt.

Empezaba así un trabajo comparativo, crosscultural, entre modelos de racionalidad para comparar la racionalidad europea con la de otros pueblos, pues para Husserl ésta no podía ser única y unívoca, sino que dependía de la imagen del mundo que cada cual tuviese. En nuestro caso, Europa, era una imagen mediada por la tecnología, dirigida por la ciencia, pero no era más que eso, un objeto cultural, una forma más del ver el mundo o Weltanschauungen.

El Lebenswelt es visto así como «el mundo particular de un pueblo determinado», culturalmente determinado. Ahora bien, Husserl no perdía el anhelo universalista y, como dice Ortega citando a Goethe, «sólo entre todos los hombres llega a ser vivido lo humano»[4]. Es decir, Husserl dejaba la rendija abierta a que la suma de todos los mundos particulares soportase algo común a todos ellos: que todos fueran humanos. Dichos rasgos comunes serán los que constituirán el «mundo de la vida como a priori histórico», estructura presente en todo pueblo más allá de las singulares formas de mostrarse. Así, Husserl daba un salto razonado desde el mundo particular al mundo común, a la visión ética –a la subjetividad trascendental teleológicamente autorresponsable–, que tiene como principio fundamental de su ser a la racionalidad universal frente a toda particularidad. Husserl abría, de este modo, la fenomenología a la política al aseverar que únicamente las visiones particulares que respetasen las visiones de los otros serían moral y políticamente asumibles.[5]

Quede todo ello únicamente para rememorar, ahora que cumplimos 75 años de su pérdida, ese “último”, y quizá más substancioso, legado husserliano, un legado controvertido pero que con el tiempo empieza a dar mucha más luz que sombras. Un “último” Husserl que sirva para llamar la atención sobre el Husserl completo pues sus estudiosos, mediante la Husserliana, nos están permitiendo descubrir un autor mucho más integral y continuista de lo que se auguraba; un autor de quien nadie puede dudar del gran legado que ha dejado a la humanidad, con su obra y mediante sus correligionarios y detractores; un autor, Husserl, que es, sin duda, una pieza fundamental para la filosofía actual.





[1] Husserliana VI, Die Krisis der europäischen Wissenschaften und die Transzendentale Phänomenologie. Eine Eileitung in die Phänomenologische Philosophie. La Haya: Martinus Nijhoff, 1954. (trad. de J. Muñoz y S. Mas. La Crisis de las ciencias europeas y la fenomenología trascendental, Una introducción a la filosofía fenomenológica. Barcelona: Crítica, 1991).
[2] Cfr. SAN MARTIN, Javier. La Fenomenología como teoría de una racionalidad fuerte. Madrid: UNED. 1994. pp. 41 y sig.
[3] Cfr. SEPP, Hans Rainer. “Teleología y ética en la obra tardía de Edmund Husserl”. Anuario filosófico. Pamplona: Universidad de Navarra.1995 (28) pp. 19-39.
[4] OC, II, 16.
[5] Cfr. SAN MARTIN, Javier. La Fenomenología como teoría de una racionalidad fuerte. Madrid: UNED. 1994. pp. 41 y sig.